Nacida en Bryn Mawr, Pensilvania, Anna Coleman Watts se había educado en París y Roma, donde comenzó sus estudios de escultura. En 1905, a la edad de 26 años, se casó con Maynard Ladd, un médico de Boston, y fue en esta ciudad donde continuó su pasión por la escultura. Al comienzo de la guerra su esposo fue designado para dirigir la Oficina de Niños de la Cruz Roja Americana en Toul y servir como asesor médico en las peligrosas zonas de avance francesas.
A finales de 1917, Ladd abrió el Estudio de Máscaras en París, administrado por la Cruz Roja Americana. Situado en el Barrio Latino de la ciudad, un visitante estadounidense lo describió como «un gran estudio luminoso», al que se llega a través de un «atractivo patio cubierto de hiedra y poblado de estatuas». Ladd y sus cuatro asistentes habían hecho un gran esfuerzo por crear un espacio alegre y acogedor para sus pacientes. Las habitaciones estaban llenas de flores, de las paredes colgaban carteles, banderas francesas y estadounidenses junto a las filas de máscaras de yeso en proceso.
Los esfuerzos realizados por Ladd para producir máscaras que se parecieran lo más posible al rostro ileso del soldado de antes de la guerra fueron enormes. En el estudio de Ladd una sola máscara requería un mes de mucho trabajo. Una vez que el paciente estaba completamente curado tanto de la lesión original como de las operaciones de restauración, se tomaban moldes de yeso de su cara —una tarea en sí misma asfixiante— a partir de la cual se modelaba en arcilla o plastilina.
La máscara en sí se realizaba más tarde en cobre galvanizado con un grosor de menos de 1mm, o como comentó una visitante del estudio de Ladd, «la delgadez de una tarjeta de visita». Dependiendo de si cubría todo el rostro, o como solía ser el caso, solo la mitad superior o inferior, la máscara pesaba entre 100 y 250 gramos y generalmente se sujetaba con anteojos. El mayor desafío artístico consistía en pintar la superficie metálica imitando el color de la piel.
Después de experimentos con pintura al óleo —que se acaba astillando—, Ladd comenzó a usar un esmalte duro que era lavable y tenía un acabado mate y sin brillo. Pintaba la máscara mientras el soldado la llevaba puesta, para que coincidiera lo más posible con su propio tono de piel. «Los tonos de piel, que lucen brillantes en un día aburrido, se muestran pálidos y grises a la luz del sol, y de alguna manera hay que alcanzar un promedio», escribió Grace Harper, jefa de la Oficina para la Reeducación de Mutilados, que visitó un día el estudio de la artista. «La señora Ladd tiene que lograr el tono tanto para el clima soleado como para el nublado, y tiene que imitar el tinte azulado de las mejillas afeitadas». Detalles como cejas, pestañas y bigotes se hacían con cabello real.
Hoy en día, las únicas imágenes de estos hombres con máscaras son fotografías en blanco y negro que, con su falta de color, hacen imposible juzgar el verdadero efecto de las máscaras. Estáticas, fijadas para siempre en una sola expresión inspirada en lo que a menudo era una única fotografía de antes de la guerra, las máscaras eran a su vez realistas y sin vida, y tampoco podían restaurar las funciones perdidas de la cara, como la capacidad de masticar o tragar.
Los testimonios de los hombres desfigurados que llevaban las máscaras se conocen en su mayor parte sólo por la escasa correspondencia de Ladd, pero como ella misma dejó por escrito: «Las cartas de agradecimiento de los soldados y sus familias me emocionan, están muy agradecidos». «Gracias a ti tendré un hogar», me ha escrito un soldado.»… La mujer que amo ya no me repugna, como tenía derecho a hacer».
A finales de 1919, el estudio de Ladd había producido un total de 185 máscaras. Casi no sobrevive ningún registro de los hombres que usaban las máscaras, pero la misma Ladd sabía que una máscara tenía una vida útil de solo unos pocos años. «Había usado su máscara constantemente y todavía la usaba a pesar de que estaba muy maltratada y se veía horrible», escribió Ladd en 1920 sobre uno de los primeros pacientes de su estudio.
Anna Coleman Ladd regresó a Estados Unidos, fue entrevistada extensamente sobre su trabajo de guerra y, en 1932, fue nombrada Caballero de la Legión de Honor francesa. Continuó esculpiendo hasta su muerte a los 60 años en Santa Bárbara, en 1939.