El gran interés del conde Ferdinand von Zeppelin en el desarrollo del dirigible apareció cuando visitó los Estados Unidos como observador militar durante la Guerra Civil estadounidense. El conde Zeppelin empezó a perseguir seriamente su proyecto después de su jubilación anticipada del ejército en 1890 a la edad de 52 años. Convencido de la importancia potencial de la aviación, comenzó a trabajar en varios diseños patentados en 1895.
Cuando se inició la guerra en 1914, las fuerzas armadas alemanas tenían varios zepelines, cada uno capaz de viajar a aproximadamente 85 km/h y transportar hasta dos toneladas de bombas. Las primeras misiones de estas gigantescas naves fue la observación de los movimientos del enemigo, especialmente en el mar del Norte y el Báltico donde controlaban rutas y descubrían los campos de minas que los ingleses colocaban contra sus submarinos. Pero pronto fueron utilizados como una nueva arma de guerra:
Pocas semanas después del comienzo de las hostilidades, uno de ellos dejó caer varias bombas sobre la ciudad de Amberes, Bélgica, causando seis muertos. Y durante el otoño de 1914, varias ciudades belgas y francesas, especialmente París, fueron visitadas —casi siempre de noche— por aquellas alargadas y silenciosas aeronaves que lanzaban bombas de todo tipo. A lo largo de la guerra, no solo las ciudades belgas o francesas sufrieron la visita de estas aeronaves, también sembraron el terror en pueblos del sur de Inglaterra y en el mismo Londres. Las incursiones más destructoras de la flota de zepelines se realizaron durante el año 1915. La más mortífera, en la noche del 13 al 14 de octubre cuando cinco dirigibles mataron a 71 londinenses.
El nuevo objetivo de los zepelines era claro: los alemanes esperaban romper la moral en las ciudades y obligar a los gobiernos francés y británico a abandonar la guerra en las trincheras. Ahora los franceses y británicos no solo morirían en los campos de batalla, sino también en la presunta seguridad de sus casas.