Poco después de las 7 de la mañana del 23 de Marzo de 1918, París se despertó con el sonido de una fuerte detonación. La ciudad había sido alcanzada por algún tipo de bomba, seguramente lanzada desde algún zepelín, ya que no se había percibido sonido alguno de motores de avión. Cuando se recuperaron fragmentos del explosivo, se descubrió que el impacto se debía a un proyectil de artillería con morro cónico y construido en un fortísimo acero. Pero, ¿desde donde había sido lanzado el proyectil? El frente estaba a más de 100 km de la capital…
Se tardó solo un par de horas en desenmascarar al culpable. El aviador francés Didier Daurat, descubrió un cañón de tamaño monstruoso al sobrevolar el bosque de Coucy, a 120 kilómetros de París. Se trataba del nuevo Paris-Geschütz, Pariser Kanonen, el cañon de Coucy, el Cañón de París, llamado también Kaiser Wilhelm Geschüt o Cañón del kaiser Guillermo.
Manufacturado por industrias Krupp, se trataba de un monstruo de 26 metros de largo y más de 250 toneladas de peso, con un calibre de 240 mm. Basado en modelos de artillería naval, debía moverse y operar desde unas vías de tren construidas expresamente para ello y, para operar correctamente, necesitaba 80 miembros de la marina alemana bajo las órdenes de un almirante.
El cañón fabricado por Krupp que bombardeó París no fue el famoso «Gran Berta», utilizado en otros frentes. No hay que confundirlos, el «Gran Berta» era un obús/mortero de calibre 420 mm, mientras que el Pariser Kanonen era un obús de 240 mm, que batió todas las marcas de alcance artillero hasta entonces conocidas.
Los alemanes habían calculado que, si lanzaban un proyectil con una velocidad de salida de 1.600 metros por segundo y con un ángulo lo bastante pronunciado, la parábola resultante daría al proyectil una altura de 40 kilómetros y un alcance de más de 100km. Y así fue, el cañón de Coucy podía lanzar proyectiles de 100 kg. a una distancia cercana a los 130 km.
Era tal la potencia de la carga explosiva al disparar que cada proyectil se «comía» una porción del interior del cañón, así que cada obús estaba numerado y tenía una anchura algo mayor que el anterior para compensar este desgaste producido por cada disparo. Tras 65 disparos, de calibre progresivamente mayor, el cañón tenía que ser sustituido.
Dato curioso: La distancia de disparo era tan grande que el efecto Coriolis (la diferencia relativa de velocidad de rotación de la tierra en el Ecuador respecto a los polos) afectaba al punto de impacto final haciendo que cada disparo se desviase hacia la derecha.
Como arma, no fue muy útil: era imposible apuntar a algo que no fuese una ciudad grande, transportarlo era una pesadilla logística y el mantenimiento hacía que su uso fuera lento y extraordinariamente caro.
En total hizo entre 320 y 367 disparos, causando 250 muertos y más de 600 heridos. Sin embargo, el efecto desmoralizador y atemorizante que el Cañón de París tuvo sobre Francia fue sin duda mucho más importante que los daños personales y materiales. Más que un arma de guerra, el Cañón de París fue concebido, y funcionó, como un arma psicológica.
Cuando la guerra llegó a su fin, y ante el riesgo de que cayese en manos de los franceses, el cañón fue presuntamente desmontado y destruido, ya que jamás se halló rastro de él.